No nos habíamos dado cuenta que el so había salido por mas de un par de horas. Estábamos caminando cerca del centro, y veíamos como las nubes se acercaban a la ciudad. Tu y yo ya no estábamos tan bien, y nos costaba mucho mirarnos a los ojos y contarnos intimidades. Aún así seguíamos durmiendo juntos.
Subiendo las escaleras, no te diste cuenta que había un gato acercándonos. Yo sí lo vi, pero no dije nada, no esperaba nada. Al darte cuenta de su presencia, gritaste muy fuerte y te asustaste de una manera muy, muy ridícula. No paré de reír en más de 5 minutos. Este gato rompió el hielo de nuestra tarde, y tú también comenzaste a reír. Fue muy chistoso, y sé que a la fecha ambos lo recordamos a la perfección. A las semanas, escapé de esa ciudad en dirección a Los Ángeles, y no nos volvimos a ver en un buen tiempo.
De los recuerdos más vivos que tengo contigo. Llevábamos varios meses saliendo, y casi casi ya vivía contigo en tu departamento. Me quedaba más cerca de todo, y me gustaba sentir por algunos días que vivía contigo.
Hacía calor, y desde que nos conocíamos yo traía barba larga, porque no sé, pensé que así yo te gustaba un poco más. Me veía más grande, y eso me gustaba. Pero esa tarde decidí rasurarme.
Nos quedamos en ver en el centro, si no me equivoco en la calle segunda, o tercera. Querías ir a San Diego y yo estaba un poco ocupado. Como siempre, yo llego a tiempo y te espero, pensando en cómo reaccionarías. Al llegar, pusiste tu sonrisa de oreja a oreja, y del tramo de la calle al momento en que entré al carro, no dejaste de verme, risueño, nervioso. Fue un momento muy lindo.
Llevaba rato que no veía a este chico. Desapareció por excusas tontas, y yo no me sentía del todo bien. Al mismo tiempo, estaba al pendiente de Liz, que vivía temporalmente en el hotel Virreyes, cerca de mi entonces departamento, en el centro histórico.
Me ofrecí para lavar su ropa, yo tenía lavadora en mi depa, ella no. Hacía frío y bajando las escaleras con la bolsa de ropa, me percato que está lloviendo. No era buena idea tomar el metro, porque seguro estaba llenísimo. Taxi, o un uber. No tengo pila, no tengo dinero. Caminar será la única opción.
Puse la bolsa de ropa sucia (que era bastante grande) sobre mi cabeza, y comencé a caminar. Era evidante que esto no me ayudaba para terminar empapado, pero lo que sí ayudaba era la misma lluvia. Comencé a llorar y a lo que recuerdo no se diferenciaba de las gotas de lluvia que habían en mi cara. Hasta hoy aún tengo la incertidumbre de saber de dónde salieron aquellas lágrimas.
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