Días despejados van llegando poco a poco. Ya no sé diferenciar entre un amanecer eterno y un atardecer inmemorable. Después de todo esto aún sé que me esperan otros cielos. El miedo entra al no estar seguro de cuántos infiernos sigo cargando.
Queriendo apresurar el tiempo, las manecillas se adelantan. Ya no serán las mismas lunas, ni los mismos suspiros de las olas del mar. Ellos ya me miran diferente. Ellos conocen de aquellos labios divinos que yo besé, de los abrazos que se prendieron en el infierno, de las noches de longevidad y de los días en donde uno enterraba recuerdos queriendo vivir de más.
Ya no hay demonios, ni tentaciones, ni llamas que quemen mis remos. Mi barca me salva y la corriente me sopla otros vientos. Ya salí de ese infierno, pero yo todavía no quería ser salvado. No así. Me hubiera gustado llevar aquellas alas de este ángel conmigo.
Quédate en mi vida. Rema este río conmigo.