Me encuentro corriendo en alguna calle perdida de alguna gran cuidad. Altas horas de la noche. Aire contaminado. Todo es ruido y luz. Los pasos, los coches, la yuxtaposición de las melodías que salen de algunos locales, las luces de neon saltan a mis ojos, y aquellas voces que mi cabeza oye, pero niega a quererlas escuchar.
Corría tal vez sin dirección, mi vista estaba nublada, quizá humedecida. En mi mano sostenía un hilo que a la vez sostenía un papalote. No me importaba si estaba tropezando o si llegaría a chocar contra un cable de electricidad, pero sabía que seguía volando.
No podía con mi respiración. Mis pies se detienen, mis ojos se abren. Veo frente a mi un par de columpios, los contemplo. Se encuentran en medio de la calle, me hablan. Me acerco lentamente, formo una atadura con el hilo del papalote a una cadena del columpio. Me siento, me balanceo. Me agarro, muevo mis pies, una vez hacia delante, una vez hacia atrás. Cierro mis ojos y comienzo a reír Reír, reír reír.
Sin darme cuenta la cuerda del papalote comienza a aflojarse. Abro los ojos, ¿Realmente los abrí?
No estoy ahí. Hay un viento fresco. Es un día soleado. El columpio se serena.
1 comentario:
-abrazo fuerte y largo-
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