Te cuento de ayer. Te cuento que estaba en el gimnasio cuando me dijeron que al parecer, siempre no me voy a quedar con el departamento en donde ando viviendo. No sé, me llené de coraje y grité un poco. Es bastante frustrante tener esta situación en donde no estoy seguro en donde voy a vivir. Fácilmente puedo ir a vivir con un amigo por un rato, pero ese no es el punto. Yo quiero algo estable, y por esto mismo imploro paz para esperar. Sé que encontraré un lugar, pero por mientras este sentimiento me come vivo.
Te cuento que ayer, por ser inicio de semana, tuve mucho trabajo que hacer en la revista. Tengo una fila larga de portadas por hacer, artes por editar y presentaciones por terminar. Te puedo presumir que soy bastante rápido en lo que hago, pero también tengo un límite. Sobre todo creativo. Y pues no sé, ayer fue demasiado. El viernes tuve una entrevista de trabajo, mi universidad quiere que trabaje para ellos y estoy emocionado. Me dijeron que esta semana me decían si me quedaba o no. Por mientras, imploro paz para esperar.
Y te cuento que pues, llevo casi un mes con un pié adolorido. El derecho. El del lado paternal. Me duele el tobillo, y es al caminar. Me duele justo en donde el pié soporta el resto del peso de mi cuerpo. Es curioso, y yo lo tomo muy simbólico. Creo que de alguna forma me estoy castigando a mi mismo. Quizá algo en mi está molesto de estos cambios que estoy haciendo. Algo en mi se quiere detener por un momento, y dejar de caminar a saltos. Mi pié está cansado de ser adulto, así lo veo yo. Mientras resuelvo eso, tomo medicamentos e imploro paz para esperar a que desaparezca el dolor.
Todo esto súmalo en una noche, mientras caminaba (con el pié adolorido y después de ir al gimnasio) cargando una gran maleta de ropa, en el centro histórico, mientras llovía.
Hoy me siento mejor.