martes, 9 de febrero de 2016

Un viaje se disfruta

Yo tenía 17 años. Estaba en Los Angeles, con Jonathan. Estábamos en el autobús en dirección a casa de Devora, a unos 25 minutos. Nos sentamos casi hasta atrás, y después de un rato me di cuenta que justo enfrente, atrás del chofer y sobre un soporte de la llanta (en donde es poco común que alguien lo encuentre cómodo), se encontraba una chica, casi como de mi edad, sentada. Pero no solo la veía como sentada, me llenó de curiosidad. Estaba descalza, pero no parecía alguien que fuera pobre. Tenia un vestido rojo, muy lindo. Cabello rubio largo y ondulado. Los ojos cerrados, y la boca sonriendo. Se veía muy libre. No le importaba nada, mas que disfrutar del viaje. No estoy seguro si estaba drogada, o ebria. Pero sí sabía que estaba ahí y a la vez no. Lo estaba disfrutando mucho, y se sentía una energía muy ligera. Me causó envidia. Me quería sentir como ella, sin preocupaciones ni privaciones. Hasta parecía que no le importaba si pasaba su parada de autobús, quizá ni se dió cuenta de la ruta que tomó. Pero no importaba nada, ella sonreía y se quedaba tranquila.

Todo esto lo recordé en el metro, de regreso a casa. Me pregunto si a alguien le he causado ese impacto de alguna u otra manera, observándome mientras viajo. No creo. O no sé.